A medida que el ser humano se desarrolla como civilización sus sistemas de organización, producción y sociales se vuelven más complejos, ocupando más territorio, consumiendo más recursos, produciendo mayor cantidad de desechos y aumentando la incidencia de deterioro de los ecosistemas. Generar conciencia sobre la huella ecológica del ser humano a consecuencia de sus actividades resulta en la necesidad de generar esfuerzos y acciones a nivel global, donde la labor de los gobiernos tiene que ir de la mano de la participación de la sociedad civil, de las instituciones, del sector privado, como un esfuerzo en conjunto para lograr cambios estructurales en todas las esferas de la sociedad cimentadas sobre prácticas y éticas nocivas para el medio ambiente.
Durante la segunda mitad del siglo XX comenzaron a surgir corrientes, ideologías, investigaciones y acuerdos con el objetivo de poner marcha atrás a los cambios ecológicos negativos ante los estragos del cambio climático, la perforación a la capa de ozono, el calentamiento global, desplazamiento de personas y otros fenómenos naturales provocados principalmente por la emisión de gases que crean un efecto invernadero y que alteran el equilibrio de los ecosistemas.
A pesar de que el panorama es complicado, se está logrando un cambio de paradigma, principalmente en las generaciones más jóvenes a través de la educación, la divulgación científica, la inculcación de valores ambientales, la acción política y la sociedad civil. Existen intereses políticos y mercantiles en contra, no obstante, los acuerdos multilaterales, el respaldo del marco legal de cada país y la consciencia colectiva a favor del medio ambiente constituyen las principales acciones para frenar estos obstáculos.
“Ecología se refiere al estudio de las interacciones de los organismos entre sí y con su ambiente, o el estudio de la relación entre los organismos y su medio ambiente físico y biológico” (Sánchez & Pontes, 2010, p. 276). Se trata de una rama de la biología que estudia las interacciones entre organismos, plantas, animales en un medio natural que comparten y que conforma su hábitat (Osuna, Marroquín & García, 2010).
Debido a la naturaleza tan variada de interacciones al interior de un ecosistema, la ecología se encuentra estrechamente ligada a otras ciencias como la física, química, taxonomía, geografía, matemáticas, política, sociología, hidrología y climatología, entre otras (Equipo Editorial, 2017).
Es un “sistema formado por un biotopo (seres inertes) y una biocenosis (seres vivos) en el que se producen multitud de complejas interacciones entre todos sus componentes” (Sánchez & Pontes, 2010, p. 277). También puede entenderse como “comunidades objetivamente satisfactorias en el sentido de que se cumplen las necesidades de los organismos en grado suficiente para que las diferentes especies sobrevivan y florezcan” (Lara, Medina & Vanda, 2019, p. 26).
Hay que señalar que, si bien el ecosistema cumple con una serie de características para el desarrollo de las especies, es la especie la que se adapta continuamente al ecosistema y a los que cambios que esta sufra con el paso del tiempo. Esto da pie a las diferencias entre especies de una misma familia y la extensa variedad de características que pueden diferenciarlas, además de las características físicas del medio ambiente lo que forma un tipo de ecosistema u otro.
Para identificar un ecosistema es necesario observar cuidadosamente los elementos físicos y bióticos que lo componen, debido a que a menudo resulta complicado delimitar de manera clara entre un ecosistema de otro, ya que en la mayoría de los casos los subsistemas bióticos y abióticos que interactúan dentro de este suelen compartir una gran extensión territorial ocupando espacios de uno u varios ecosistemas (Armenteras et al., 2016).
Ecosistemas terrestres: Tundra , desierto, pradera, selva, polar, páramo y bosque
Ecosistemas acuáticos: abiertos, comprenden ríos, arroyos y estuarios; cerrados, comprende lagos, lagunas y represas; y oceánicos, que son los litorales, nerítico, abisales
“Existen factores que limitan el crecimiento poblacional que pueden ser abióticos o bióticos y a su vez pueden ser extrínsecos o intrínsecos a la población” (Osuna et al., 2010, p. 16). Esto representa un problema en la actualidad debido a que para que se pueda desarrollar correctamente el ciclo de vida de las especies en un entorno determinado, es necesario contar con un equilibrio entre los elementos que componen un determinado ecosistema, ya que cada especie tiene un límite respecto a lo que su fisiología es capaz de tolerar antes de que perezca, y a menudo, como veremos más adelante, estos entonos han sido perturbados por el hombre.
Algunos factores limitativos pueden ser: la temperatura, humedad, altitud, biodiversidad, la depredación y la urbanización, y no sólo su escasez, la presencia en exceso de un determinado elemento también se vuelve un factor limitante para el desarrollo de la especie (Osuna et al., 2010).
Se refiere a la “variabilidad de organismos vivos de cualquier fuente, incluidos, entre otras cosas, los ecosistemas terrestres y marinos y otros ecosistemas acuáticos y los complejos ecológicos de los que forman parte: comprende la diversidad dentro de cada especie, entre las especies y los ecosistemas” (ONU, 1992, pp. 3-4). En otras palabras, la diversidad biológica o biodiversidad está compuesta por todos los factores bióticos y abióticos, ecosistemas, procesos ecológicos, paisajes o regiones.
Son todos los elementos que constituyen la riqueza natural y el potencial productivo de una región. Según su disponibilidad o su capacidad de regeneración, estos se clasificarán entre renovables y no renovables, como la energía solar y el petróleo, o el agua y el gas por mencionar algunos respectivamente. Con respecto a los recursos renovables, si bien su disponibilidad y capacidad de regeneración es alta, debido a esto su utilización puede en muchos casos ser acelerado que su reproducción, y esto puede provocar que escaseé o se agote (Osuna et al., 2010).
Si tenemos en cuenta que “el ambiente constituye un contexto inalienable donde todos vivimos, y que el ejercicio de la mayoría de nuestros derechos humanos depende de su preservación y protección” (Ricco, como se citó en Carmona M., 2018, p. 5). El impacto ambiental comprende los cambios y modificaciones positivas o generalmente negativas, que perturban al ambiente y que están directamente originados por la actividad humana (Osuna et al., 2010).
“La Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano fue, sin denominarse así todavía, la primera gran “Cumbre de la Tierra” (González, G. 2004, p. 26). Sucedió en 1972 y se denominó así porque fue la primera cumbre de escala global en la que se discutía por primera vez la problemática del impacto negativo del hombre sobre la tierra. Fue precisamente en esa década que surge el programa Hombre y Biosfera, que planteaba que “el crecimiento económico y el desarrollo debían darse asumiendo los límites impuestos por la capacidad de carga de los ecosistemas” (González, G. 2004, p. 26).
El impacto ambiental puede darse generalmente por a) sobreutilización de recursos no renovables, b) emisión de residuos no biodegradables, c) destrucción de espacios naturales y d) destrucción de especies (Osuna et al., 2010).
El desarrollo de la agricultura, la silvicultura, la industria, la construcción de viviendas y de vías de comunicación, han alterado o destruido los hábitats naturales (Osuna et al., 2010), provocando erradicación de ecosistemas, deforestaciones, erosión acelerada del suelo o perdida de la biodiversidad, desplazamiento de especies hacia entornos inadecuados que dañen o en el peor de los casos extingan especies que no son “útiles como bienes (ejemplo alimentos, materia prima para manufactura) o servicios (ejemplo reabastecimiento de oxígeno, polinización de cultivos) para los humanos” (Ehrenfeld, como se citó en Lara et al., 2019, p. 4).
Los combustibles fósiles como el petróleo o el gas natural son algunos de los recursos energéticos de los que depende el hombre y son éstos los que más daño han generado al medio ambiente, sobre todo al agua de los mares, calidad del aire y la atmósfera. Se estima que para 2010 “en escala mundial, 1500 millones de galones de petróleo crudo o derivados son derramados” (Osuna et al., 2010)
Por otro lado, la energía nuclear es una fuente de energía renovable con el que el ser humano ha comenzado a cubrir sus necesidades cada vez en mayor medida. “La energía nuclear ofrece múltiples ventajas: es competitiva, segura, y garantiza el abastecimiento en energía, evitando que se acaben las reservas de combustibles fósiles y limitando las emisiones de gas carbónico” (Badillo-Almaraz & Pérez, 2004, p. 63). No obstante, una vez que se ha consumido el componente radioactivo, el proceso para reutilizar el material o desecharlo se vuelve en contra del medio ambiente. Hasta ahora, la única solución es “inmovilizar” los residuos en una bóveda de concreto bajo tierra o en un lugar seguro hasta que su concentración de radionúclidos baje a niveles aceptables para su manipulación.
“El problema de los residuos radiactivos se consideró marginal; luego se consideró serio pero remediable. Actualmente se percibe como uno de los problemas más complejos y uno de los mayores desafíos de este siglo” (Badillo-Almaraz & Pérez, 2004, p. 70).
La principal correlación entre las causas del deterioro ambiental y el ámbito sociocultural es el desarrollo del capitalismo occidental, específicamente con la Primera Revolución Industrial a mediados del Siglo XVIII.
El cambio climático actual se define precisamente en razón a sus causas sociales: la masiva emisión de gases de efecto invernadero (CO2, metano, óxidos de nitrógeno), sobre todo, por la combustión de energía fósil (petróleo y otros) en los últimos 150 años. (Pardo, 2007, p. 23)
Asimismo, Pardo (2007) argumenta que debido a que sus causas son directamente originadas por las actividades humanas, es necesario que sea la sociedad quien ponga en marcha la solución, toda vez que será esta misma sociedad y sus futuras generaciones quienes sufran los efectos negativos como cambios culturales profundos en la estructura social, formas de organización, modos de vida y en factores estructurales como la educación, organización política, empleo, tecnología, procesos migratorios y están también los impactos directos a la salud humana.
Emisiones de gases de efecto invernadero totales entre 1990 y 2018:
La agricultura representó no sólo un salto tecnológico sino también un cambio en la forma como el ser humano se relacionaba con su entorno, la forma como producía sus alimentos. El ser humano se volvió sedentario, volviendo necesaria la utilización de recursos naturales como principal medio de consumo de alimentos, de vestido, de insumos, de energía, no sólo para la subsistencia de los grupos, sino también como mecanismos de defensa ante la misma naturaleza y otros grupos en particular.
Pero no fue hasta llegada de la Primera Revolución Industrial que originaría el más grande cambio de paradigma cuyos cambios sociales, políticos y económicos marcarían un antes y un después en la forma como el ser humano se concebía a sí mismo como civilización, su relación con el medio ambiente y su capacidad de explotación y dominación.
Con respecto a la agricultura, tanto las prácticas agrícolas de baja y alta intensidad, incluyendo el monocultivo moderno, las plantaciones y ranchos de ganado de alta densidad, pueden modificar el ecosistema de una manera tan severa que muy poco de la biota previa y del paisaje permanecen (Romero, como se citó en Landeros, Moreno, Gavrilov, Egorova, & Angón, 1975), según la UNEP (como se citó en Landeros et al., 2011) las afectaciones pueden agruparse en “1) estructura del suelo; 2) nutrimentos y microorganismos; 3) ciclo del agua; 4) complejidad del paisaje, 5) propiedades atmosféricas” (p. 478).
Ciertamente, el principal efecto adverso de la agricultura no se encuentra en la práctica en sí, si no en el margen que le otorgamos a los suelos respecto a su capacidad de recuperar sus nutrientes.
A raíz de la Revolución Industrial, “los humanos han cambiado irreversiblemente al planeta” (Subramanian como se citó en Lara et al., 2019, p. 2) Las transformaciones sociales a raíz de este evento y de los subsecuentes formaron la idea, sobre todo en la cultura occidental, de que el ser humano posee un valor moral superior por encima de otras especies y el resto de la naturaleza es considerada de manera utilitaria (Lara et al., 2019).
El impacto que el hombre ha tenido sobre el planeta es tal que se ha propuesto “incluir el Antropoceno; es decir, un periodo en la historia de la Tierra en la que los humanos han sido una fuerza de cambio ecológico mayor que la misma naturaleza” (Lara et al., 2019, p. 1).
Los procesos sociales y económicos se transformaron entonces en una relación en la que “el hombre se masifica y se convierte en consumidor, y la industria, que es quien ‘produce’, la naturaleza se deteriora” (Carmona, M., 2018, p. 7). Lo anterior como consecuencia de la emisión descontrolada de gases de efecto invernadero principalmente.
Según un estudio realizado por la Secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales (2015), se espera que la temperatura superficial aumente 2 °C para el año 2100 con respecto a la media del siglo XX; las ondas de calor serán más largas; la precipitación anual será menor aunque más intensa, sobre todo en regiones altas y húmedas aunque disminuirá drásticamente en las regiones secas; el nivel del mar aumentará entre los 26 y 98 centímetros para el mismo año.
El concepto de población depende del contexto en el que lo estemos aplicando. Para las ciencias naturales, específicamente desde la Biología, se trata de “un conjunto de organismos o individuos que coexisten en un mismo espacio y tiempo, que comparten ciertas propiedades biológicas (básicamente ser de la misma especie), las cuales producen una alta cohesión reproductiva y ecológica” (Osuna et al., 2010, p. 15). Desde la perspectiva social, “se define como el conjunto de individuos de una misma especie que conviven en un entorno determinado” (Sánchez & Pontes, 2010, p. 279).
El crecimiento de la población humana “se multiplicó por cuatro entre 1900 y 2000 pasando de mil quinientos a 6 mil millones de personas” (González, G. 2004, p. 28). Actualmente según cifras del Banco Mundial (2022), el mundo cuenta con 7.76 mil millones de personas.
En la Conferencia sobre el Medio Humano en 1972, también conocida como la Conferencia de Estocolmo, el mundo declaró:
En la larga y tortuosa evolución de la raza humana sobre este planeta se ha alcanzado un estado en que, a través de la rápida aceleración de la ciencia y la tecnología, el hombre ha adquirido el poder de transformar su medio ambiente de incontables maneras y en una escala sin precedentes. (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, como se citó en Carmona, M., 2018, p. 7)
La contaminación por plásticos, la erosión de suelo, la desintegración de hábitats naturales y especialmente la liberación de gases de efecto invernadero son algunas de las causas relacionadas directamente con las actividades humanas a raíz de la Revolución Industrial, y sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. “Los megaproyectos llevados por las grandes transnacionales a países en vías de desarrollo han afectado de manera muy negativa al medio ambiente” (Gutiérrez Rivas, 2018 en Lara et al., 2019, p. 51).
Entre las consecuencias más evidentes que estamos experimentando son las altas concentraciones de CO2, el aumento del nivel del mar, el deshielo de los glaciares y en especial, el evidente calentamiento global. Se estima que:
El periodo 1983 – 2012 haya sido el más caliente de los últimos 1400 años … y que el calentamiento incremente a 1.5 °C entre 2030 y 2052 … además, siguiendo estas proyecciones, el calentamiento traerá consigo un aumento de la frecuencia, intensidad y duración de eventos como olas de calor, sequías, lluvias extremas, así como escasez de agua, erosión de los suelos, pérdida de vegetación, entre otras amenazas para los sistemas humanos y ambientales. (Gran, 2020, p. 134)
El crecimiento económico es, sin más, el aumento sostenido con respecto a la medida anual previa del Producto Interno Bruto de un país. Es importante señalar que crecimiento económico no es lo mismo que desarrollo económico, siendo que el primero es más bien, una medida de control económico del aparato gubernamental, con el que evalúa, diseña y ajusta las políticas económicas según el contexto en el que se encuentre, mientras que Desarrollo Económico es un índice económico, claro, pero con grandes implicaciones de índole social e institucional, que índica el grado de rezago o progreso educativo, social, marginal, laboral, económico, intelectual, entre otros indicadores, de una determinada población. En otras palabras, el crecimiento económico se mide según los bienes producidos, y el desarrollo económico se mide en calidad de vida de la población.
En cuanto a lo que respecta al crecimiento económico y medio ambiente, así como se solía pensar que el crecimiento económico era ‘infinito” por decirlo de manera vaga, se pensó lo mismo sobre la capacidad del planeta de dotar de recursos naturales como combustibles, energía y materia prima. No fue sino hasta la década de los setenta tras la celebración de la Conferencia de Estocolmo que se empieza a discutir sobre alternativas viables de crecimiento económico y éticas ambientales distintas al antropocentrismo.
El Informe Brundtland sobre desarrollo sostenible, por ejemplo, afirma que se debe “mantener la prosperidad económica mediante el desarrollo de tecnologías y economías amigables con el medio ambiente … asegurará la satisfacción de las necesidades de la generación presente, y al mismo tiempo garantizará los recursos para las futuras generaciones” (Sagols Sales, como se citó en Lara et al., 2019, p. 65).
Idealmente, el desarrollo sostenible propone una economía social de mercado. En ésta, el mercado sería regulado por una perspectiva social, que haga accesibles los bienes a la mayoría de la población, y que cumpla la satisfacción de las necesidades de la sociedad. La economía social de mercado propone que se mantenga un movimiento comercial, pero limitando las ganancias para no llegar a los excesos que hemos observado con el liberalismo que impera actualmente … hay que buscar la sostenibilidad ecológica, pero no sólo como renovación abstracta, sino que es indispensable disminuir el gasto para que haya una renovación efectiva de los ecosistemas. Es decir, no desgastar los recursos hasta su punto de quiebre en el que ya no pueden renovarse. Se debe apoyar un crecimiento lento y limitado, con acciones a largo plazo, en lugar del crecimiento a ultranza. (Lara et al., 2019, pp. 65-66).
Se han alcanzado grandes acuerdos a nivel global que se han materializado en Tratados Internacionales como el Tratado de Paris, el Protocolo de Montreal o el Tratado de Estocolmo, sin embargo, el esfuerzo por generar un impacto positivo en el medio ambiente sigue siendo escaso.
Se trata de ideas que guían el comportamiento del ser humano, mismas que son influenciadas y estimuladas a lo largo de las distintas etapas del crecimiento de una persona, lo que forma un sistema de creencias y moralidad basadas generalmente en una ética religiosa o de tradiciones humanísticas (Kertész, 2005). Los valores se hallan influenciados por un modelo ético que rige sistemáticamente el comportamiento de una sociedad en particular, sin embargo, se interpreta y expresa de forma individual, jerarquizada, consciente e inconsciente, siendo las experiencias, crianza, aspiraciones y prioridades las que moldean el comportamiento del sujeto.
Los valores se encuentran vinculados con las aspiraciones del individuo y se encargan de ‘guiar’ sus prioridades y su comportamiento en lo que respecta a la satisfacción de esas mismas aspiraciones. Por otro lado, los principios son los mecanismos mediante los cuales el individuo basará su actuar en sociedad y fungirán como normas intrínsecamente personales. Los valores pueden ser compartidos y socializados a través del comportamiento, la enseñanza o la ética siendo que son de carácter aspiracional, mientras que los principios son de carácter normativo y causal. Un ejemplo podría ser cuando asistimos a una persona ante una necesidad sin esperar alguna retribución: la mera acción de asistir cumpliría con el valor de la solidaridad, mientras que el hecho no esperar nada a cambio se vuelve una convicción personal, es decir un principio. El respeto, humildad, responsabilidad son algunos de los valores más conocidos mientras que algunos principios son honorabilidad, integralidad o congruencia.
“La educación pretende alumbrar en cada persona una lograda personalidad: sencillamente hacer al hombre más valioso” (Marín, 1976, p. 145). En ese sentido al educar con valores y principios, lo que hacemos es formar un sistema ético y rectitud en torno a las aspiraciones de un individuo y de su actuar, con lo que se garatiza la integralidad del ser humano.
Resulta útil hacer enfasis en el carácter ideal de la educación en valores, toda vez que los individuos como la sociedad poseen un carácter dinámico y en constante conflicto, lo que eventualmente llevará a un conflicto de valores, sobretodo si tomamos en cuenta aspectos como la estratificación o la vulnerabilidad social, los intereses políticomercantiles o los distintos constructos socioculturales.
Marín (1976) asegura que “el futuro sólo podrá configurarse con eficacia … si se evita por igual la mera especulación incapaz de orientar la acción educativa, o lanzarse a la acción con furor dionisiaco de reforma sin calibrar la validad de los objetivos en juego y su coherencia armónica”. En otras palabras, debemos educar con prospectiva al escenario que nos proponemos como meta, siendo los principios y valores el eje integral de la formación del profesional, otorgando una base ética con la cual el profesional deberá orientar su labor y rol en sociedad.
La actitud, como un mecanismo mental para afrontar una determinada situación o interacción con alguien u algo, se conforma a su vez de tres aspectos primordiales estrechamente relacionados a su capacidad de compromiso, involucramiento, propósito, control y asertividad que definirán la congruencia entre su estado mental y su comportamiento ante la cotidianidad de la vida profesional y personal.
Según Ubillos, Mayordomo y Páez (2004), toda actitud se compone de:
El componente cognitivo se refiere a la forma como es percibido el objeto actitudinal (McGuire, 1968), es decir, al conjunto de creencias y opiniones que el sujeto posee sobre el objeto de actitud y a la información que se tiene sobre el mismo (Hollander, 1978) … el componente afectivo podría definirse como los ‘sentimientos de agrado o desagrado hacia el objeto’ (McGuire, 1968) … el componente conativo hace referencia a las tendencias, disposiciones o intenciones conductales ante el objeto de actitud (Rosenberg, 1960; Breckler, 1984). (p. 6)
A raíz de los efectos negativos en el medio ambiente que el ser humano ha provocado con sus actividades industriales, fue necesario modificar la forma como nos conducimos como sociedad y replantear nuestra relación con el medio ambiente, toda vez que “contribuye al bienestar humano no sólo por su valor material, sino por su valor estético, recreativo, científico y espiritual” (Callicott, como se citó en Lara et al., 2019, p. 5). Como resultado de los esfuerzos por encontrar una solución a la crisis climática han surgido numerosas corrientes ecológicas cuyo principal objetivo es dar marcha atrás a los estragos que las actividades humanas han provocado sobre el planeta.
Es la corriente predominante en el planeta y es aquella que “otorga valor moral únicamente a los seres humanos y el resto de la naturaleza es considerada de manera utilitaria” (Lara et al., 2019, p. 4). De acuerdo con Lara (2019), el antropocentrismo “podría llevar a políticas ambientales que ignoren los intereses de futuras generaciones o incluso ignorar los intereses de las poblaciones humanas en general a favor de intereses específicos, probablemente de aquellos con poder” (p. 5)
O la ética del bienestar animal, se encarga de incluir a los animales como parte de esta esfera de moralidad donde se encuentra el ser humano, sin embargo, no considera la flora e incluso no considera algunas especies. “Las éticas ambientalistas zoocéntricas pueden ser amplias (cuando incluyen a todos los animales) o restringidas (cuando incluyen únicamente a cierto tipo de animales definidos por algún criterio específico)” (Herrera Ibáñez, como se citó en Lara et al., 2019, p. 7).
“Define el estar vivo como el criterio de consideración moral . . . capacidad, aunque sea inconsciente, de tener propósito, deseos o la voluntad de realizar una acción para preservar su vida e integridad” (Lara et al., 2019, pp. 8-9). En ese sentido, todo ser vivo debe ser preservado por el sólo hecho de existir y ante la eventualidad de cualquier conflicto. Para esto, la Teoría de Taylor apela a los siguientes principios:
La no maleficencia hace referencia a no hacer daño a cualquier entidad que posea un bien propio, ya sea directa (ejemplo matar) o indirectamente (ejemplo destruir un hábitat). La no interferencia indica que no hay que restringir la libertad de organismos individuales, especies o comunidades bióticas, incluso si la intención es ayudar o corregir “desbalances” naturales. El deber de fidelidad hace referencia específicamente a la conducta humana hacia animales individuales, y dicta que no debemos engañarlos y debemos cumplir con las expectativas que le hayamos generado. . . . finalmente, la justicia restitutiva obliga a restaurar el balance de justicia cuando ha habido un daño. En este sentido, por ejemplo, sería justificado interferir en un ecosistema si los desbalances son producto de la actividad humana. (Lara et al., 2019, p. 10)
Aunque el biocentrismo no incluye el medio abiótico que nos rodea, al ser este parte del ecosistema del que depende o dependemos como especies, el daño a este significa perjudicar indirectamente a los seres vivos y por lo tanto debemos minimizarlo o en su caso, restituirlo.
A diferencia del biocentrismo, “la teoría ecocéntrica le otorga consideración moral a un espectro de entidades ambientales no individuales como la biósfera en su totalidad, especies, y ecosistemas, incluyendo los elementos abióticos” (Lara et al., 2019, p. 21).
La principal crítica al ecocentrismo según Lara et. al., (2019) se refiere a la subjetividad de la teoría, es decir, al no especificar un valor objetivo a los elementos de la naturaleza, sino más bien, generalizarla, el valor en sí dependerá del observador más que la teoría en sí, además, deja abierta la posibilidad de tomar cualquier medida ante la amenaza ambiental al no tener consideraciones éticas.
Según Lara (2019) Arne Nass, creador del término, la ecología profunda comprende que el ser humano es parte del universo biótico, sin embargo, deja abierta la decisión de actuar o no según este principio lo que configura la ecología profunda más bien como una ideología que asegura que:
Los humanos tienen la obligación de tomar acción por la preservación de la biodiversidad, de buscar métodos de control de su propia población y, además, cada persona debe buscar llevar una vida sencilla o minimalista. Más allá de un ejercicio de reflexión ética, las personas deben cultivar, a través de la experiencia, un sentido de identificación con el mundo natural como si fuera indistinguible del ser humano mismo. Es decir, eliminar el concepto del “otro”. (Lara et. al., 2019, p. 29)
Se trata de una ética ambientalista desde la perspectiva feminista, de tal forma que comparte la idea de que “el hombre ha ejercido su dominio sobre la naturaleza de la misma forma que los hombres lo han hecho sobre las mujeres” (Lara et al., 2019, p. 31). De acuerdo con este movimiento, al revertir el modelo antropocentrista y heteropatriarcal, se logrará un verdadero cambio en la organización socioeconómica y política misma que ha sido responsable de los impactos negativos al planeta en la actualidad.
“Uno de los principales puntos de discordancia entre teorías es si el valor de las cosas, en particular de la naturaleza, puede ser objetivo o es necesariamente subjetivo” (Lara et al., 2019, p. 22). Lo anterior nos deja la cuestión de que, si es objetivo, podría considerarse de valor utilitario cayendo en mismos errores que nos han traído hasta este punto, por otro lado, deja abierta la posibilidad a que el valor se asigne indiscriminadamente, dejando a la naturaleza dependiendo de la ética del individuo o la sociedad.
Las tecnologías modernas le otorgan un poder sobre la vida a los seres humanos, y esto podría llevar a que se pierda el respeto por ella. Ver la naturaleza como algo tan fácilmente manipulable cambia la manera en la que se percibe y se concibe, y esto puede también tener un efecto sobre como el ser humano se ve a sí mismo y afectar la estabilidad del orden moral. (Link, como se citó en Lara et al., 2019, p. 39)
El modo de vida que adoptamos como parte de la agenda capitalista nos ha alienado la idea de que en consumo es la respuesta a todos los males. El principal efecto colateral de esta doctrina se encuentra en el consumo desmedido de bienes y servicios, situación que impacta negativamente los recursos naturales y, por ende, el equilibrio ecológico. La explotación animal con fines de entretenimiento, el maltrato animal, la deforestación con fines mercantiles, el desplazamiento de especies o erradicación de hábitats naturales son algunos ejemplos de cómo el consumismo es una consecuencia más de la ética antropocéntrica, donde lo que más interesa es la satisfacción de las necesidades humanas a costa del equilibrio ecológico.
Taylor propone cinco principios para la solución de conflictos entre especies: autodefensa, que hace referencia a la valía de la vida como un derecho que debemos proteger ante cualquier amenaza, sólo cuando sea necesario; proporcionalidad, que prohíbe que los intereses secundarios de una especie se sobrepongan a los primarios de otra o de la misma; mínimo daño, cuando el anterior no pueda cumplirse, prever la menor afectación al ecosistema; justicia distributiva, garantizar el mejor trato de igualdad ante el conflicto entre los intereses primarios de 2 o más especies; por último, justicia restitutiva, que de la mano de la anterior, se refiere a compensar el daño causado al ecosistema. (Taylor, como se citó en Lara et al., 2019).
De acuerdo con lo anterior, se hace un esfuerzo global por hacer un cambio de paradigma en cuanto a las energías que consumimos, la huella ecológica que generamos y la forma como nos relacionamos con el planeta. Por ejemplo, cada vez es más común el desarrollo de edificaciones ‘inteligentes’ que aprovechan en mayor forma posible los recursos a disposición, haciendo uso de energías verdes o recicladas, o evitando la contaminación visual; otro ejemplo son los ecoductos construidos para comunicar un espacio que probablemente se vea afectado por las vías de comunicación, logrando así reducir el daño e incluso evitar el contacto directo con agentes externos como los vehículos o las mismas personas.
En materia energética se pretende migrar de los combustibles fósiles a energías verdes, es, hasta ahora, el objetivo más ambicioso y prometedor de entre los esfuerzos por salvar al planeta. Como Osuna (2010) asegura:
Las energías de origen renovable, son consideradas como fuentes de energía inagotables y con la peculiaridad de ser energías limpias, con las siguientes características: suponen un nulo o escaso impacto ambiental, su utilización no tiene riesgos potenciales añadidos, indirectamente suponen un enriquecimiento de los recursos naturales y son una alternativa a las fuentes de energía convencionales, pudiendo sustituirlas paulatinamente. (p. 79)
Por otro lado, la biología molecular tiene grandes cosas que aportar no sólo a la investigación, sino también a la medicina, a la industria agrícola, al desarrollo biotecnológico. Existe desde hace ya varios años un debate intenso sobre si es ético o no la intervención genética de especies animales y de plantas.
En ese sentido, Lara (2019) sostiene que:
La biotecnología jugará cada vez más un papel de inmensa relevancia. Muchos argumentan que las tecnologías del futuro tendrán que ser aquellas que utilicen a los sistemas vivos . . . es necesario el diálogo multi, intra y transdisciplinario que aporta la bioética para que, como comunidad humana global, nos aseguremos de que las tecnologías biológicas del futuro se desarrollen y utilicen de manera respetuosa e inteligente. (p. 33)
“Las personas podemos controlar el crecimiento de nuestra propia población, cambiar hábitos de consumo y regular la tecnología para salvar al menos parte de la superficie terrestre como hábitat para los otros seres vivos” (Lara et al., 2019, p. 14). Carmona (2018) sostiene que “la educación resulta fundamental para adquirir conciencia, valores y actitudes, técnicas y comportamiento ecológicos y éticos en consonancia con el desarrollo sostenible” (p. 29).
Durante la segunda mitad del Siglo XX se comenzó a trabajar en la adopción de un modelo económico que permitiera seguir desarrollándonos al mismo tiempo que cuidamos del planeta, para esto, se tuvieron que establecer objetivos prioritarios que se alcanzarían con el ajuste al marco jurídico de las naciones, el ejercicio de políticas públicas a distintos niveles, mejorar la tecnología y organización social. A este modelo de desarrollo se le llamo, desarrollo sostenible, cuyo objetivo, aunque ha variado a lo largo de los años, busca principalmente reducir la brecha de desarrollo entre países, buscar el desarrollo económico y la justicia social, al mismo tiempo que se reduce el daño al medio ambiente.
Actualmente los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas conducen sus políticas sociales y económicas según se ha acordado en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, que es un plan de acción que se compone de 17 objetivos y 169 metas en materia económica, social y ambiental.
La Agenda 2030 establece un modelo de desarrollo que permitirá tener crecimiento económico, reducir los niveles de pobreza, incrementar el bienestar y calidad de vida, aprovechar las energías verdes, evitará continuar con la degradación ambiental, disminuir la huella ecológica y modificar las causas estructurales que dañan el medio ambiente (SEMARNAT, 2015). Para lograr esto, se estableció un plazo de 15 años, siendo 2030 la fecha límite.
En lo que respecta a la legislación mexicana, en 2019 se reinstaló el Consejo Nacional para la implementación de la Agenda 2030 que logró identificar 128 normas que conformaban el área de oportunidad para el cumplimiento de los objetivos de desarrollo: la CPEUM, tres códigos, veintinueve leyes generales, noventa y cuatro leyes federales y el P. E. F. 2020 (Cámara de Diputados, 2020). Como resultado de lo anterior, se ha incorporado la Guía de elaboración de Planes de Desarrollo Estatal y Municipal en todas las entidades, en concordancia con los objetivos de la Agenda 2030, y se cuentan con un sistema de observancia que evalúa los indicadores de progreso o rezago para todas las regiones.
El cambio climático es, sin duda, uno de los retos más grandes para esta y las siguientes generaciones. Los desastres naturales, las altas temperaturas, la alta tasa de extinción de especies son apenas los primeros indicios de una crisis climática que, de no revertirse, podría empeorar dentro de los próximos años. El índice de emisión de gases de efecto invernadero, por ejemplo, se encuentra en su punto más alto a pesar de los esfuerzos de las naciones por migrar a energías verdes que, a pesar de que no quedan exentos de seguir contaminado al menos en su etapa actual, sobre todo en lo que respecta al almacenamiento de energía o fisión nuclear, conforman la principal alternativa a los combustibles fósiles para la generación de energía más eficiente, limpia y principalmente, renovable.
El desarrollo sustentable no es labor exclusiva de los Gobiernos, los Organismos Internacionales o del sector privado, como sociedad civil se tiene la obligación de hacer cambios a los modos de vida, consumir de una forma más inteligente en concordancia con los valores ecológicos, producir menos basura y, sobre todo, generar consciencia. La educación es pieza clave en la formación de profesionales con conocimiento y valores que no sólo permitirán su desarrollo en los distintos ámbitos sociales, sino que lo harán desde una ética respetuosa del medio ambiente.
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